
Luego de haber pasado una y otra vez, y el que-dar te atrapa, quedas metida entre esos cuatro brazos que te aprietan y misteriosamente se alejan un poco del grupo para preguntarte: “¿fresa o cereza?”, por lo menos en mi caso yo no lo pensaba dos veces y decía cereza, mientras otros mas indecisos si lo dudaban un rato. A partir de esta decisión te dicen si para un lado o para otro, ¿con qué intención?, aún no lo sabes, pero sigues el juego. La misma canción, los mismos niños dando vueltas y pasando por el puente, el mismo vaivén, pero más niños detrás de esas dos personas que se encuentran de frente.
Al final todos terminan de pasar “…el hijo del conde haré que-dar”, ese último niño decide irse para las fresas y a partir de ese momento empieza un forcejeo entre fresa y sus seguidores y cereza con los suyos, la meta o el límite una rayita imaginaria que ninguno de los dos debe cruzar. Cereza jala para la derecha, fresa por la izquierda y luego de un buen rato, mejor declaran empate. Ningún seguidor de las frutas cayó al suelo y ninguna de las dos cruzó la línea imaginaria.
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