Dos personas a los extremos y un séquito en el medio de las dos, todas esperando a no ser tocadas por una pelota, ese objeto que en ese momento es capaz de definir si uno sigue o no en un juego.
La pelota sale de un extremo con una velocidad incalculable y a su paso, con el simple roce se lleva a más de tres personas que desafortunadamente deben abandonar el juego, por obra y gracia de su señoría la PELOTA, en el famosísimo PONCHADO.
Ponchado es quizá el juego que más seguí jugando aún después de dejar de ser niña. Recuerdo y puedo sentir la adrenalina al saber que lanzarían la pelota y como podría quedarme, también podría salir y sentarme a ver como los demás disfrutaban de aquella emoción.
En algunos casos jugábamos ponchado con vidas, o sea si lo cogías en el aire te daban vidas y si lo tiraban por el piso y te tocaba te las iban quitando, es más, cuando tenías muchas vidas te dabas el lujo que regalarle a uno que otro amigo para que entrara de nuevo al juego.
Pero la esencia del ponchado es y seguirá siendo la misma siempre. Ese ¡Pon! y chao, hasta el próximo juego.